Ya estamos de nuevo en el Colegio después de las vacaciones de Navidad; supongo que ya tendríais ganas de volver, ¿no?

Muchas veces nos han dicho que nuestra vida es como un libro
empezado y todavía sin acabar de escribir. Cada día, una página en blanco que
nosotros mismos rellenamos con lo que hacemos, con nuestras decisiones, con
nuestros pensamientos. Cada año es un capítulo nuevo, una historia nueva que no
tiene un final marcado, porque el final lo ponemos cada uno.
El capítulo que empezamos hoy es diferente al anterior. Es
una historia llena de oportunidades. “Año nuevo, vida nueva”: eso quiere decir
que tenemos la ocasión de corregir nuestros errores, de proponernos nuevas
metas y de dejar atrás lo que no hemos hecho del todo bien.
Pero también este capítulo es continuación de una historia
que venimos escribiendo hace tiempo. Es una ocasión para continuar todo lo
bueno que hemos empezado, para seguir estudiando, divirtiéndonos, compartiendo
la amistad y los buenos momentos.
Como nos dice Dios en los Evangelios: “pon tus dones, tus
panes”, “comparte tu tiempo”, “sonríe a todos”, “pon color a la vida”.
Que este nuevo año que empezamos, Jesús nos enseñe a ser
humildes, generosos, austeros… en definitiva, a ser buenas personas.
Lectura del santo evangelio según san Marcos (1,29-39):
En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron. Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles. Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar. Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar.
Simón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron: «Todo el mundo te busca.»
Él les respondió: «Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido.»
Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios.
En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron. Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles. Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar. Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar.
Simón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron: «Todo el mundo te busca.»
Él les respondió: «Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido.»
Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios.
COMENTARIO
Queridos amigos, Paz y Bien.
Un día de la vida de Jesús, en el templo, primero, después,
con la familia y los amigos, a continuación, atender a los enfermos que venían
de todas partes, y para tomar fuerzas, oración en soledad y vuelta a empezar.
Creo que a pesar de la multitud de gente con la que se veía
Jesús, tenía una mirada de amor, una palabra, un gesto personalizado para cada
uno. Cada persona, después del contacto con Cristo, se sentiría curada no solo
por fuera, en la enfermedad, sino también por dentro. Esa mirada de amor
sanaría el cuerpo y el alma y daría fuerzas para convertirse en testigo de la
Buena Nueva.
Jesús iba por todas partes, para anunciar su mensaje. Sin
descanso, sin prisa, pero sin pausa. Dando a todos y a cada uno una palmadita,
una mirada amable, haciéndoles sentirse importantes, únicos, irrepetibles.
Para Dios todos somos únicos. Y no importa lo malos o buenos
que seamos, siempre está ahí, al alcance de la mano, cerca. Y es que “el Señor
se acuerda de su alianza eternamente”, como dice el salmo.
Acércate al Señor, cuando te sientas enfermo. En el cuerpo
(para eso está el sacramento de la Unción de Enfermos) y en el alma (oración,
sacramento de la Reconciliación…) Siempre puedes sentir esa mirada de amor.
Nos podemos convertir en un transmisor de ese amor de Dios.
Si lo hemos sentido en nuestra vida, podemos hacerlo. No dejemos que la pereza
nos venza. Hagamos algo. De nosotros depende.
¿OJO POR OJO, O PERDONAR?
Jesús nos trae hoy una Buena Noticia.
Quizá creamos que sabemos mucho sobre él, que hemos oído
muchas veces hechos de su vida, pero su palabra puede sonar de forma distinta
cada día y nos puede dar luz en nuestros problemas.
En ocasiones, nos enfadamos con los demás o incluso podemos
llegar a insultar a aquel que no nos cae bien. Ante esto Jesús nos dice unas
palabras:
“Habéis oído que antes se dijo: ‘Ojo por ojo y diente por
diente.’ Pero yo os digo: No resistáis a quien os haga algún daño. Al
contrario, si alguien te pega en la mejilla derecha, ofrécele también la
otra. Al que te pida algo, dáselo; y no le vuelvas la espalda a quien te
pida prestado.”
“También habéis oído que antes se dijo: ‘Ama a tu prójimo y
odia a tu enemigo.’ Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y orad por
los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el
cielo, pues él hace que el sol salga sobre malos y buenos, y envía la lluvia
sobre justos e injustos. Porque si amáis solamente a quienes os aman, ¿qué
recompensa tendréis? Y si saludáis solamente a vuestros hermanos, ¿qué hacéis
de extraordinario?”
Jesús nos ha dejado este mensaje para que lo tengamos en
cuenta en nuestra relación con los demás. Su consejo para que seamos felices es
que no peguemos, que la violencia no lleva a ningún sitio. Dar y ayudar a todo
el que nos pide algo, aunque no nos caiga bien o no le conozcamos. En
definitiva, saludar, querer, compartir con todos, pero empezando con los que
tenemos al lado: con nuestros compañeros de clase. Que Dios nos ayude a decir
sí siempre que alguien nos necesite.
EL ARTE DE ENCONTRAR A DIOS
Un día un discípulo fue al encuentro de su maestro y le
dijo:
- “Maestro, quiero encontrar a Dios”.
El maestro, sonriéndole, le miró pero no le dijo nada.
El joven
discípulo volvió al día siguiente a hacerle la misma petición; y así cada día…
Pero el sabio maestro sabía muy bien a qué atenerse.
Un buen día caluroso le rogó que le
acompañase al río a tomar un baño. El discípulo le acompañó y, llegados, ambos
se sumergieron en el agua. En un instante, el maestro retuvo a la fuerza
durante unos momentos al chico bajo el agua. Después de un breve forcejeo le
soltó y le preguntó:
- ¿Qué
es lo que más anhelabas cuando estabas bajo el agua?
Respondió el discípulo:
- ¡Aire!
- ¿Anhelas a Dios con la misma intensidad? Si le anhelas así
-siguió el maestro-, no te quepa duda de que lo encontrarás. Pero si no tienes
ese deseo o sed de Dios, lucharás con tu inteligencia, tus labios y todas tus
fuerzas, pero todo en vano, porque no lo encontrarás.
ORACIÓN POR EL AÑO NUEVO
Señor Dios, dueño del tiempo y de la eternidad, tuyo es el
hoy y el mañana, el pasado y el futuro. Al terminar un año quiero darte gracias
por todo aquello que recibí de TI.
Gracias por la vida y el amor, por las flores, el aire y el
sol, por la alegría y el dolor, por cuanto fue posible y por lo que no pudo
ser.
Te ofrezco cuanto hice el año pasado, el trabajo que pude
realizar y las cosas que pasaron por mis manos y lo que con ellas pude
construir.
Te presento a las personas que a lo largo de estos meses
amé, las amistades nuevas, los más cercanos a mí y los que estén más lejos, los
que me dieron su mano y aquellos a los que pude ayudar, con los que compartí la
vida, el trabajo, el dolor y la alegría.
Pero también, Señor hoy quiero pedirte perdón, perdón por el
tiempo perdido, por el dinero mal gastado, por la palabra inútil y el amor desperdiciado.
Perdón por las obras vacías y por el trabajo mal hecho, y perdón por vivir sin
entusiasmo. También por la oración que poco a poco fui aplazando y que hasta
ahora vengo a presentarte. Por todos mis olvidos, descuidos y silencios
nuevamente te pido perdón.
Al iniciar un nuevo año detengo mi vida ante el nuevo
calendario aún sin estrenar y te presento estos días: te pido para mí y los
míos la paz, la salud y el cariño. Dame alegría para que, cuantos convivan
conmigo o se acerquen a mí encuentren en mi vida un poco de TI.
Danos un año feliz.