ORACIÓN DEL 26 DE MARZO
Omnipotente,
Altísimo, Bondadoso Señor.
Un
año más nos invitas a recorrer el camino hacia la Pascua.
Soy
consciente de que, tal vez, me encuentres con las mismas dudas
e
inquietudes que el año pasado.
Alto
y glorioso Dios, perdóname,
porque
muchas veces pretendo orar y siempre encuentro mil excusas.
Sin
embargo, tú, Padre, siempre estás allí, a mi lado, en lo escondido;
sales
a mi encuentro cuando estoy decaído
y
por eso, quiero recuperar las ganas de estar junto a ti.
Para
San Francisco de Asís, cuyo ejemplo queremos seguir, la oración y el ayuno tienen un lugar muy
especial. El sentía la necesidad de lo
que llamamos “ratos fuertes de oración y de una experiencia del desierto”
(Charles de Foucault). Su inserción en Dios era tan fuerte y profunda, que era
un hombre hecho oración.
San
Francisco no se contenta con vivir la Cuaresma convocada por la Iglesia, que
inicia el Miércoles de Ceniza hasta la Semana Santa en preparación a la Pascua.
Creó también la Cuaresma de Adviento, en preparación a la Navidad, que va de la
fiesta de todos los Santos a la vigilia de la Natividad del Señor. Estas dos
las quería obligatorias para todos sus frailes. Pero, además, San Francisco
personalmente hace otras tres: La que comenzaba en la Epifanía y prolongaba
durante cuarenta días. La cuaresma dedicada a los santos Pedro y Pablo, que
iniciaba el 29 de junio y concluía la fiesta de la Asunción y la cuaresma en
honor a San Miguel, del 15 de agosto al 29 de Septiembre.
Tenemos
así las cinco cuaresmas de San Francisco durante el año: esto quiere decir que
cerca de doscientos días él pasaba cada año en soledad, orando y
mortificándose; apartado de las personas, solo con Dios. Empleando así dos
tercios de su tiempo a la contemplación y a la oración.
De
las florecillas de San Francisco
“Al
verdadero siervo de Dios San Francisco, ya que en ciertas cosas fue como un
segundo Cristo dado al mundo para la salvación de los pueblos, quiso Dios Padre
hacerlo, en muchos aspectos de su vida, conforme y semejante a su Hijo
Jesucristo, como aparece en el venerable colegio de los doce compañeros, y en
el admirable misterio de las sagradas llagas, y en el ayuno continuo de la
santa cuaresma, que realizó de la manera siguiente:
Hallándose
en cierta ocasión San Francisco, el último día de carnaval, junto al lago de
Perusa en casa de un devoto suyo, donde había pasado la noche, sintió la
inspiración de Dios de ir a pasar la cuaresma en una isla de dicho lago. Rogó,
pues, San Francisco a este devoto suyo, por amor de Cristo, que le llevase en
su barca a una isla del lago totalmente deshabitado y que lo hiciese en la
noche del miércoles de ceniza, sin que nadie se diese cuenta. Así lo hizo
puntualmente el hombre por la gran devoción que profesaba a San Francisco, y le
llevó a dicha isla. San Francisco no llevó consigo más que dos panecillos.
Llegados a la isla, al dejarlo el amigo para volverse a casa, San Francisco le
pidió encarecidamente que no descubriese a nadie su paradero y que no volviese
a recogerlo hasta el día del jueves santo. Y con esto partió, quedando solo San
Francisco.
Como
no había allí habitación alguna donde guarecerse, se adentro en una espesura
muy tupida, donde las zarzas y los arbustos formaban una especie de cabaña, a
modo de camada; y en este sitio se puso a orar y a contemplar las cosas
celestiales. Allí se estuvo toda la cuaresma sin comer otra cosa que la mitad
de uno de aquellos panecillos, como pudo comprobar el día de jueves santo aquel
mismo amigo al ir a recogerlo; de los dos panes halló uno entero y la mitad del
otro. Se cree que San Francisco lo comió por respeto al ayuno de Cristo
bendito, que ayunó cuarenta días y cuarenta noches, sin tomar alimento alguno
material. Así, comiendo aquel medio pan, alejó de si el veneno de la
vanagloria, y ayunó, a ejemplo de Cristo, cuarenta días y cuarenta noches.
Más
tarde, en aquel lugar donde San Francisco había hecho tan admirable
abstinencia, Dios realizó, por sus méritos, muchos milagros, por lo cual la
gente comenzó a construir casas y a vivir allí.
En
poco tiempo se formó una aldea buena y grande. Allí hay un convento de los
hermanos que se llama el convento de la Isla. Todavía hoy los hombres y las
mujeres de esa aldea veneran con gran devoción aquel lugar en que San Francisco
pasó dicha cuaresma.”
San
Francisco nos dio un gran ejemplo. Nos ha enseñado el camino que lo condujo a
hacer la experiencia del infinito amor de Dios. También yo intento, como él, vaciarme
totalmente para escuchar tu Palabra. Y en ese silencio, intento entender el
verdadero significado de estos cuarenta días.
La
Cuaresma que Dios quiere
Que
no me considere dueño de nada, sino humilde administrador.
Que no me gloríe de mis talentos, sino que con ellos edifique a los demás.
Que no me crea santo o me crea algo, porque santo y grande es sólo Dios.
Que no me deprima ni me acobarde, porque Dios es mi victoria.
Que aprecie el valor de las cosas sencillas.
Que viva el tiempo presente, sin tantos miedos y añoranzas.
Que esté abierto siempre a la esperanza.
Que ame la vida y la defienda.
EL
AYUNO que Dios quiere
Que
no haga gastos superfluos.
Que prefiera pasar yo necesidad antes que la padezca el hermano.
Que ofrezca mi tiempo al que lo pida.
Que prefiera servir a ser servido.
Que tenga hambre y sed de justicia.
Que me comprometa en la lucha contra toda marginación.
Que vea en el pobre y en el que sufre un sacramento de Cristo.
Que espere cada día una nueva humanidad.
LA
ABSTINENCIA que Dios quiere
Que
no sea esclavo del consumo ni de las modas.
Que no sea esclavo de ninguna adicción que tan fácilmente nos ofrece esta
sociedad.
Que
me abstenga de toda violencia.
Que respete a todo ser vivo.
Que me abstenga de palabras necias que puedan molestar a los que a mi lado
están.
Que me alimente de la palabra de Dios.
Que
realmente sepa reconciliarme con el que hace tiempo he dejado de hablarme.
Que tome asiduamente la carne y sangre de Cristo.
Reflexionemos
juntos ante el siguiente decálogo de cuaresma:
Cuaresma,
tiempo de centramos en lo esencial de la vida cristiana. Aunque preocupados por
las propias necesidades humanas vitales, hemos de saber convertir a Jesucristo,
demasiado a menudo marginal y marginado, en el centro de nuestra vida.
Cuaresma, tiempo,
pues, de esfuerzo para conocer mejor al Señor e identificamos con su Evangelio.
Aquel que ya conocemos y amamos, haciéndolo más vida de nuestra vida.
Cuaresma, tiempo,
por tanto, de profundización en el contacto con la Sagrada Escritura. Esta
Biblia que nos es proclamada en la asamblea, pero que cada uno acoge según el
ritmo de fe personal, también pide ser leída individualmente.
Cuaresma, tiempo
de acercamiento más intenso a las fuentes de la gracia, representadas por la
penitencia y la Eucaristía. Como pecadores perdonados hemos de acoger todas las
oportunidades que Dios nos ofrece de su misericordia.
Cuaresma, tiempo
de revivir el Bautismo, quizá ya lejano en el tiempo, pero que es el punto de
partida de nuestra filiación divina y el vínculo de comunión con toda la
Iglesia que se prepara para la nueva gracia bautismal de Pascua.
Cuaresma, tiempo
de consolidar los compromisos que hemos contraído con Dios, con la Iglesia, con
los nuestros más cercanos y que añadiremos interiormente a la renovación
pascual de las promesas del bautismo.
Cuaresma, tiempo
de lucha contra el mal que hay en nuestro interior y el que vemos a nuestro
alrededor hasta el punto de que, allí donde no podamos llegar, la
identificación con Cristo nos permita participar de su combate hasta el fin de
los tiempos.
Cuaresma, tiempo
de solidaridad y de especial compromiso con los necesitados, para darles no
sólo lo que nos sobra o de lo que nos abstenemos, sino también nosotros mismos.
Cuaresma, tiempo
de hacer de la austeridad nuestra más profunda libertad respecto a los pequeños
placeres o distracciones de que nos servimos, pero que también nos pueden
esclavizar.
Cuaresma, tiempo
de esperar con ansia espiritual la santa Pascua, y así entrenarnos a hacer de
nuestra vida una identificación con la muerte y resurrección de Cristo.
Padre
nuestro, que estás en el Cielo,
durante esta época de arrepentimiento,
ten misericordia de nosotros.
Con nuestra oración, nuestro ayuno y nuestras buenas obras,
transforma nuestro egoísmo en generosidad.
Abre nuestros corazones a tu Palabra,
sana nuestras heridas del pecado,
ayúdanos a hacer el bien en este mundo.
Que transformemos la obscuridad
y el dolor en vida y alegría.
Concédenos estas cosas por Jesucristo Nuestro Señor.
Amén.