El Jardín de San Francisco

El Jardín de San Francisco

martes, 25 de marzo de 2025

 ORACIÓN DEL 26 DE MARZO

Omnipotente, Altísimo, Bondadoso Señor.

Un año más nos invitas a recorrer el camino hacia la Pascua.

Soy consciente de que, tal vez, me encuentres con las mismas dudas

e inquietudes que el año pasado.

 

Alto y glorioso Dios, perdóname,

porque muchas veces pretendo orar y siempre encuentro mil excusas.

Sin embargo, tú, Padre, siempre estás allí, a mi lado, en lo escondido;

sales a mi encuentro cuando estoy decaído

y por eso, quiero recuperar las ganas de estar junto a ti.

 

Para San Francisco de Asís, cuyo ejemplo queremos seguir,  la oración y el ayuno tienen un lugar muy especial. El sentía  la necesidad de lo que llamamos “ratos fuertes de oración y de una experiencia del desierto” (Charles de Foucault). Su inserción en Dios era tan fuerte y profunda, que era un hombre hecho oración.

 

San Francisco no se contenta con vivir la Cuaresma convocada por la Iglesia, que inicia el Miércoles de Ceniza hasta la Semana Santa en preparación a la Pascua. Creó también la Cuaresma de Adviento, en preparación a la Navidad, que va de la fiesta de todos los Santos a la vigilia de la Natividad del Señor. Estas dos las quería obligatorias para todos sus frailes. Pero, además, San Francisco personalmente hace otras tres: La que comenzaba en la Epifanía y prolongaba durante cuarenta días. La cuaresma dedicada a los santos Pedro y Pablo, que iniciaba el 29 de junio y concluía la fiesta de la Asunción y la cuaresma en honor a San Miguel, del 15 de agosto al 29 de Septiembre.

 

Tenemos así las cinco cuaresmas de San Francisco durante el año: esto quiere decir que cerca de doscientos días él pasaba cada año en soledad, orando y mortificándose; apartado de las personas, solo con Dios. Empleando así dos tercios de su tiempo a la contemplación y a la oración.

 

De las florecillas de San Francisco

 

“Al verdadero siervo de Dios San Francisco, ya que en ciertas cosas fue como un segundo Cristo dado al mundo para la salvación de los pueblos, quiso Dios Padre hacerlo, en muchos aspectos de su vida, conforme y semejante a su Hijo Jesucristo, como aparece en el venerable colegio de los doce compañeros, y en el admirable misterio de las sagradas llagas, y en el ayuno continuo de la santa cuaresma, que realizó de la manera siguiente:

 

Hallándose en cierta ocasión San Francisco, el último día de carnaval, junto al lago de Perusa en casa de un devoto suyo, donde había pasado la noche, sintió la inspiración de Dios de ir a pasar la cuaresma en una isla de dicho lago. Rogó, pues, San Francisco a este devoto suyo, por amor de Cristo, que le llevase en su barca a una isla del lago totalmente deshabitado y que lo hiciese en la noche del miércoles de ceniza, sin que nadie se diese cuenta. Así lo hizo puntualmente el hombre por la gran devoción que profesaba a San Francisco, y le llevó a dicha isla. San Francisco no llevó consigo más que dos panecillos. Llegados a la isla, al dejarlo el amigo para volverse a casa, San Francisco le pidió encarecidamente que no descubriese a nadie su paradero y que no volviese a recogerlo hasta el día del jueves santo. Y con esto partió, quedando solo San Francisco.

Como no había allí habitación alguna donde guarecerse, se adentro en una espesura muy tupida, donde las zarzas y los arbustos formaban una especie de cabaña, a modo de camada; y en este sitio se puso a orar y a contemplar las cosas celestiales. Allí se estuvo toda la cuaresma sin comer otra cosa que la mitad de uno de aquellos panecillos, como pudo comprobar el día de jueves santo aquel mismo amigo al ir a recogerlo; de los dos panes halló uno entero y la mitad del otro. Se cree que San Francisco lo comió por respeto al ayuno de Cristo bendito, que ayunó cuarenta días y cuarenta noches, sin tomar alimento alguno material. Así, comiendo aquel medio pan, alejó de si el veneno de la vanagloria, y ayunó, a ejemplo de Cristo, cuarenta días y cuarenta noches.

Más tarde, en aquel lugar donde San Francisco había hecho tan admirable abstinencia, Dios realizó, por sus méritos, muchos milagros, por lo cual la gente comenzó a construir casas y a vivir allí.

En poco tiempo se formó una aldea buena y grande. Allí hay un convento de los hermanos que se llama el convento de la Isla. Todavía hoy los hombres y las mujeres de esa aldea veneran con gran devoción aquel lugar en que San Francisco pasó dicha cuaresma.”

 

San Francisco nos dio un gran ejemplo. Nos ha enseñado el camino que lo condujo a hacer la experiencia del infinito amor de Dios. También yo intento, como él, vaciarme totalmente para escuchar tu Palabra. Y en ese silencio, intento entender el verdadero significado de estos cuarenta días.

 

La Cuaresma que Dios quiere

 

Que no me considere dueño de nada, sino humilde administrador.
Que no me gloríe de mis talentos, sino que con ellos edifique a los demás.
Que no me crea santo o me crea algo, porque santo y grande es sólo Dios.
Que no me deprima ni me acobarde, porque Dios es mi victoria.
Que aprecie el valor de las cosas sencillas.
Que viva el tiempo presente, sin tantos miedos y añoranzas.
Que esté abierto siempre a la esperanza.
Que ame la vida y la defienda.

EL AYUNO que Dios quiere

 

Que no haga gastos superfluos.
Que prefiera pasar yo necesidad antes que la padezca el hermano.
Que ofrezca mi tiempo al que lo pida.
Que prefiera servir a ser servido.
Que tenga hambre y sed de justicia.
Que me comprometa en la lucha contra toda marginación.
Que vea en el pobre y en el que sufre un sacramento de Cristo.
Que espere cada día una nueva humanidad.

 

LA ABSTINENCIA que Dios quiere

 

Que no sea esclavo del consumo ni de las modas.
Que no sea esclavo de ninguna adicción que tan fácilmente nos ofrece esta sociedad.

Que me abstenga de toda violencia.
Que respete a todo ser vivo.
Que me abstenga de palabras necias que puedan molestar a los que a mi lado están.
Que me alimente de la palabra de Dios.

Que realmente sepa reconciliarme con el que hace tiempo he dejado de hablarme.
Que tome asiduamente la carne y sangre de Cristo.

 

Reflexionemos juntos ante el siguiente decálogo de cuaresma:

 

Cuaresma, tiempo de centramos en lo esencial de la vida cristiana. Aunque preocupados por las propias necesidades humanas vitales, hemos de saber convertir a Jesucristo, demasiado a menudo marginal y marginado, en el centro de nuestra vida.

 

Cuaresma, tiempo, pues, de esfuerzo para conocer mejor al Señor e identificamos con su Evangelio. Aquel que ya conocemos y amamos, haciéndolo más vida de nuestra vida.

 

Cuaresma, tiempo, por tanto, de profundización en el contacto con la Sagrada Escritura. Esta Biblia que nos es proclamada en la asamblea, pero que cada uno acoge según el ritmo de fe personal, también pide ser leída individualmente.

 

Cuaresma, tiempo de acercamiento más intenso a las fuentes de la gracia, representadas por la penitencia y la Eucaristía. Como pecadores perdonados hemos de acoger todas las oportunidades que Dios nos ofrece de su misericordia.

 

Cuaresma, tiempo de revivir el Bautismo, quizá ya lejano en el tiempo, pero que es el punto de partida de nuestra filiación divina y el vínculo de comunión con toda la Iglesia que se prepara para la nueva gracia bautismal de Pascua.

 

Cuaresma, tiempo de consolidar los compromisos que hemos contraído con Dios, con la Iglesia, con los nuestros más cercanos y que añadiremos interiormente a la renovación pascual de las promesas del bautismo.

 

Cuaresma, tiempo de lucha contra el mal que hay en nuestro interior y el que vemos a nuestro alrededor hasta el punto de que, allí donde no podamos llegar, la identificación con Cristo nos permita participar de su combate hasta el fin de los tiempos.

 

Cuaresma, tiempo de solidaridad y de especial compromiso con los necesitados, para darles no sólo lo que nos sobra o de lo que nos abstenemos, sino también nosotros mismos.

 

Cuaresma, tiempo de hacer de la austeridad nuestra más profunda libertad respecto a los pequeños placeres o distracciones de que nos servimos, pero que también nos pueden esclavizar.

 

Cuaresma, tiempo de esperar con ansia espiritual la santa Pascua, y así entrenarnos a hacer de nuestra vida una identificación con la muerte y resurrección de Cristo.

 

 Padre nuestro, que estás en el Cielo,
durante esta época de arrepentimiento,
ten misericordia de nosotros.
Con nuestra oración, nuestro ayuno y nuestras buenas obras,
transforma nuestro egoísmo en generosidad.
Abre nuestros corazones a tu Palabra,
sana nuestras heridas del pecado,
ayúdanos a hacer el bien en este mundo.
Que transformemos la obscuridad
y el dolor en vida y alegría.
Concédenos estas cosas por Jesucristo Nuestro Señor.
Amén.