El Jardín de San Francisco

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sábado, 16 de noviembre de 2024

 

ORACIÓN 20 DE NOVIEMBRE


Te adoramos. Oh, Cristo, en todas tus iglesias que hay en el mundo entero y te bendecimos porque por tu santa cruz redimiste al mundo.

Este 17 de noviembre, recordamos a Santa Isabel de Hungría, una mujer que decidió seguir el ideal de Francisco de Asís y, sin dejar de ser esposa y madre,  dedicar su vida a los más necesitados. Ella supo, a pesar de las dificultades, encontrar el apoyo que necesitaba en la oración. En una oración tan sencilla como ese Padre Nuestro que hemos repetido miles de veces desde niños, pero que muy pocas veces nos hemos parado a reflexionar sobre lo que nos dice…


Santa Isabel  se propuso vivir el Evangelio sencillamente, sin glosa diría Francisco, en todos los aspectos, espiritual y material. No dejó nada escrito, pero hizo realidad el programa de vida propuesto por Jesús en el Evangelio:

-- El que pretenda guardar su vida, la perderá; y el que la pierda por amor a mí o al Evangelio, la recobrará (Lc 17,33; Mc 8,35).

-- Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame (Mc 8,34-35).

-- El que ama a su padre, madre e hijos más que a mí, no puede ser digno de mí (Mt 10,37).

-- Si quieres ser perfecto ve, vende lo que tienes, dáselo a los pobres y sígueme (Mt 19,21).

Isabel supo ver a Dios en el rostro de los necesitados, pero nosotros ¿Dónde buscamos a Dios?

Cuando el astronauta ruso Yuri Gagarin fue interro­gado sobre si había visto a Dios allá en las alturas, res­pondió: “No lo he visto; Dios no existe.” Algo más tarde subió también a la estratosfera Gordon Cooper y cuando le hicieron la misma pregunta, replicó: “Para ver a Dios no necesito subir a las altu­ras: lo llevo dentro de mí mismo.” ¡Cuántos pretenden encontrar a Dios lejos de sí, cuando lo tienen tan cerca!

Dios sonríe en el juego del niño; Dios gime en el dolor del enfermo; Dios sufre en la miseria del que no tiene pan; Dios muere en el niño desnutrido; Dios huye en el hombre perseguido; Dios alarga la mano en el mendigo; Dios grita en el reclamo de justicia para el pobre obrero explotado.

Dios está en todas partes y en todos; no es preciso ir muy lejos para encontrarlo; basta con que abramos los ojos para poderlo ver. ¡Qué triste sería pasar a su lado, sin reconocerlo!

Nuestro error está en que pretendemos ver a Dios demasiado lejos de nosotros mismos, o en cosas o acontecimientos raros y lejanos; esforcémonos en verlo en lo que a diario nos sucede tal y como hizo Isabel. No busquemos a Dios sobre las nubes, sino a nuestro lado, en el hermano que sufre, en el que goza, en el niño y el anciano, en el sano y el enfermo.

 Señor, enséñanos a no amarnos a nosotros mismos, a no amar solamente a nuestros amigos, a no amar sólo a aquellos que nos aman. Enséñanos a pensar en los otros y a amar, sobre todo, a aquellos a quienes nadie ama.

Señor, concédenos la gracia de comprender que, mientras nosotros vivimos una vida demasiado feliz, hay millones de seres humanos, que son también tus hijos y hermanos nuestros, que mueren de hambre, sin haber merecido morir de hambre; que mueren de frío, sin haber merecido morir de frío…

Señor, ten piedad de todos los pobres del mundo. Y no permitas, Señor, que nosotros vivamos felices solos. Haznos sentir la angustia de la miseria universal, y líbranos de nuestro egoísmo

 

Por eso, Señor,  es justo que demos las gracias por todo lo que nos estás dando a diario con manos largas y gene­rosas. El sol que acaricia nuestras mejillas, el agua que refresca nuestros cuerpos, el calor que vivifica, el cantar de los pájaros, la espiga se balancea por el viento… Todo eso es don y regalo Tuyo.

¡Gracias Señor!

Gracias Señor por las risas de los niños, el aroma de las flores, el pla­cer de la amistad, el afecto del hogar, el amor de los esposos, el consuelo de la fe. .. todo eso es don y regalo Tuyo .

¡Gracias Señor!

Gracias Señor por los minutos que transcurren, los días que se deslizan, los años que se nos pasan, la salud y las fuerzas, el trabajo y los descansos… todo eso es don y regalo Tuyo.

¡Gracias Señor!

Para terminar pedimos

Oh dulce Isabel,

tú que superaste el sufrimiento con el gozo de elevar himnos a Dios,

infunde en nosotros tu espíritu de paciencia ante la adversidad.

Concédenos el don de saber perdonar.

Líbranos de las pasiones dañinas,

de manera que podamos seguir sirviendo al Señor con todo el corazón,

con toda el alma, con todas las fuerzas.

“Que el Señor nos conceda como a su buena Isabel,

el don de un gran desprendimiento para dedicar nuestra vida

y nuestros bienes a ayudar a los más necesitados."

Oh Dios misericordioso, alumbra los corazones de tus fieles;

y por las súplicas gloriosas de Santa Isabel,

haz que despreciemos las prosperidades mundanales,

y gocemos siempre de la celestial consolación.

Por nuestro Señor Jesucristo.  
Amén.

 Ahora, salgamos ahí fuera y, como Santa Isabel, sepamos mostrar una sonrisa, dar una caricia, tener un gesto amable, compartir aquello que tenemos, con todos los que lo necesiten.