ORACIÓN 20 DE NOVIEMBRE
Te adoramos. Oh, Cristo, en todas tus iglesias que hay en el mundo entero y te bendecimos porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Este 17 de noviembre, recordamos a Santa Isabel de Hungría, una mujer que decidió seguir el ideal de Francisco de Asís y, sin dejar de ser esposa y madre, dedicar su vida a los más necesitados. Ella supo, a pesar de las dificultades, encontrar el apoyo que necesitaba en la oración. En una oración tan sencilla como ese Padre Nuestro que hemos repetido miles de veces desde niños, pero que muy pocas veces nos hemos parado a reflexionar sobre lo que nos dice…
Santa Isabel se propuso vivir el Evangelio sencillamente,
sin glosa diría Francisco, en todos los aspectos, espiritual y material. No
dejó nada escrito, pero hizo realidad el programa de vida propuesto por Jesús
en el Evangelio:
-- El que pretenda guardar su vida, la perderá; y el que la pierda por amor a
mí o al Evangelio, la recobrará (Lc 17,33; Mc 8,35).
-- Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame
(Mc 8,34-35).
-- El que ama a su padre, madre e hijos más que a mí, no puede ser digno de mí
(Mt 10,37).
-- Si quieres ser perfecto ve, vende lo que tienes, dáselo a
los pobres y sígueme (Mt 19,21).
Isabel supo ver a Dios en el rostro de los necesitados, pero nosotros ¿Dónde buscamos a Dios?
Cuando el astronauta ruso Yuri Gagarin fue interrogado sobre si había visto a Dios allá en las alturas, respondió: “No lo he visto; Dios no existe.” Algo más tarde subió también a la estratosfera Gordon Cooper y cuando le hicieron la misma pregunta, replicó: “Para ver a Dios no necesito subir a las alturas: lo llevo dentro de mí mismo.” ¡Cuántos pretenden encontrar a Dios lejos de sí, cuando lo tienen tan cerca!
Dios sonríe en el juego del niño;
Dios gime en el dolor del enfermo; Dios sufre en la miseria del que no tiene
pan; Dios muere en el niño desnutrido; Dios huye en el hombre perseguido; Dios
alarga la mano en el mendigo; Dios grita en el reclamo de justicia para el
pobre obrero explotado.
Dios está en todas partes y en
todos; no es preciso ir muy lejos para encontrarlo; basta con que abramos los
ojos para poderlo ver. ¡Qué triste sería pasar a su lado, sin reconocerlo!
Nuestro error está en que
pretendemos ver a Dios demasiado lejos de nosotros mismos, o en cosas o
acontecimientos raros y lejanos; esforcémonos en verlo en lo que a diario nos
sucede tal y como hizo Isabel. No busquemos a Dios sobre las nubes, sino a
nuestro lado, en el hermano que sufre, en el que goza, en el niño y el anciano,
en el sano y el enfermo.
Señor, enséñanos a no amarnos a nosotros
mismos, a no amar solamente a nuestros amigos, a no amar sólo a aquellos que
nos aman. Enséñanos a pensar en los otros y a amar, sobre todo, a aquellos a
quienes nadie ama.
Señor, concédenos la gracia de
comprender que, mientras nosotros vivimos una vida demasiado feliz, hay
millones de seres humanos, que son también tus hijos y hermanos nuestros, que
mueren de hambre, sin haber merecido morir de hambre; que mueren de frío, sin
haber merecido morir de frío…
Señor, ten piedad de todos los
pobres del mundo. Y no permitas, Señor, que nosotros vivamos felices solos.
Haznos sentir la angustia de la miseria universal, y líbranos de nuestro
egoísmo
Por eso, Señor, es justo que demos las gracias por todo lo que
nos estás dando a diario con manos largas y generosas. El sol que acaricia
nuestras mejillas, el agua que refresca nuestros cuerpos, el calor que
vivifica, el cantar de los pájaros, la espiga se balancea por el viento… Todo
eso es don y regalo Tuyo.
¡Gracias Señor!
Gracias Señor por las risas de los
niños, el aroma de las flores, el placer de la amistad, el afecto del hogar,
el amor de los esposos, el consuelo de la fe. .. todo eso es don y regalo Tuyo .
¡Gracias Señor!
Gracias Señor por los minutos que
transcurren, los días que se deslizan, los años que se nos pasan, la salud y
las fuerzas, el trabajo y los descansos… todo eso es don y regalo Tuyo.
¡Gracias Señor!
Para terminar pedimos
Oh dulce Isabel,
tú que superaste el sufrimiento con el gozo de elevar himnos a Dios,
infunde en nosotros tu espíritu de paciencia ante la adversidad.
Concédenos el don de saber perdonar.
Líbranos de las pasiones dañinas,
de manera que podamos seguir sirviendo al Señor con todo el corazón,
con toda el alma, con todas las fuerzas.
“Que el Señor nos conceda como a su buena Isabel,
el don de un gran desprendimiento para dedicar nuestra vida
y nuestros bienes a ayudar a los más necesitados."
Oh Dios misericordioso, alumbra los corazones de tus
fieles;
y por las súplicas gloriosas de Santa Isabel,
haz que despreciemos las prosperidades mundanales,
y gocemos siempre de la celestial consolación.
Por nuestro Señor Jesucristo.
Amén.