LA CORONA DE ADVIENTO
Este domingo celebramos el tercer domingo de Adviento y
uno de los símbolos que utilizamos en este tiempo de Adviento, de preparación
para la Navidad es la corona que se hace con unas ramitas verdes haciendo
círculo y en el centro cuatro velas.
Pero, ¿Cuál es su significado?
EL CÍRCULO. El círculo es una figura geométrica que no tiene
principio ni fin. La corona de adviento tiene forma de círculo para recordarnos
que Dios no tiene principio ni fin, es eterno. También nos ayuda a tomar
conciencia de que de Dios venimos y a Él vamos a regresar.
EL VERDE DE LAS HOJAS. La corona se hace con hojas verdes
(ramas de pino o de cualquier árbol) y esto representa que Cristo está vivo
entre nosotros (el verde es vida),
LAS VELAS. Son 4 y representan cada uno de los domingos de
Adviento. La luz de las velas simboliza la luz de Cristo que buscamos desde
siempre porque nos permite ver el mundo y nuestro interior. Cada domingo se
enciende una vela. El hecho de ir encendiéndolas poco a poco nos recuerda cómo
conforme se acerca la luz, la oscuridad se va disipando. Jesús es la luz del
mundo.
Oración de Adviento:
Te busco y Tú te acercas, Señor, como un amigo
siempre presente, cuando se le pide luz para atravesar la
noche.
Te buscamos cada día y te vemos, Señor,
donde se siembra la alegría,
donde se elimina la mentira, donde se suprime la injusticia.
Para encontrarte, Señor, ¡hay que estar en vela!
Tú estás a la perta y llamas.
Llamas al espíritu y al corazón.
GENEROSIDAD
Cuentan que cierto hombre estaba perdido en el desierto, a
punto de morir de sed, cuando llegó a una casita vieja -una cabaña que se
desmoronaba- sin ventanas, sin techo, golpeada por el tiempo.
El hombre deambuló por allí y encontró una pequeña sombra donde
se acomodó, huyendo del calor del sol desértico. Mirando alrededor, vio una
bomba de agua a algunos metros de distancia, muy vieja y oxidada. Se arrastró
hasta allí, agarró la manija, y empezó a bombear sin parar. Nada ocurrió.
Desanimado, cayó postrado hacia atrás y notó que al lado de la bomba había una
botella. La miró, la limpió, removiendo la suciedad y el polvo, y leyó el
siguiente mensaje: - "Primero necesitas preparar la bomba con toda el agua
de esta botella, mi amigo"
PD.: "Haz el
favor de llenar la botella otra vez antes de partir."
El hombre arrancó la rosca de la botella y, de hecho, tenía
agua. ¡La botella estaba casi llena de agua! De repente, él se vio en un
dilema: si bebía el agua podría sobrevivir, pero si echaba el agua en la vieja bomba
oxidada, quizá obtuviera agua fresca, bien fría, allí en el fondo del pozo,
todo el agua que quisiera, y podría llenar la botella para la próxima persona;
pero eso podía no salir bien.
¿Qué debía hacer? ¿Volcar el agua en la vieja bomba y
esperar el agua fresca y fría? ¿O beber el agua vieja y salvar su vida?
Con temor, el hombre volcó toda el agua en la bomba.
Enseguida, agarró la manija y empezó a bombear... y la bomba empezó a chillar.
¡Y nada ocurrió! Y la
bomba chilló y chilló.
Entonces surgió un hilito de agua, después más, ¡y
finalmente el agua salió con abundancia! La bomba vieja y oxidada hizo salir
mucha, pero mucha agua fresca y cristalina.
Él llenó la botella y bebió de ella hasta hartarse. La llenó
otra vez para el próximo que por allí podría pasar, la enroscó y agregó una
pequeña nota en la etiqueta: - "¡Créeme, funciona! ¡Necesitas dar todo el
agua antes de poder obtenerla otra vez!". Lo mejor de la vida consiste en
confiar. Confía en Dios y no quedarás defraudado.
Lectura del santo evangelio según san Mateo (15,29-37): En
aquel tiempo, Jesús, bordeando el lago de Galilea, subió al monte y se sentó en
él. Acudió a él mucha gente llevando tullidos, ciegos, lisiados, sordomudos y
muchos otros; los echaban a sus pies, y él los curaba. La gente se admiraba al
ver hablar a los mudos, sanos a los lisiados, andar a los tullidos y con vista
a los ciegos, y dieron gloria al Dios de Israel.
Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: «Me da lástima de la gente, porque llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer. Y no quiero despedirlos en ayunas, no sea que se desmayen en el camino.»
Los discípulos le preguntaron: «¿De dónde vamos a sacar en un despoblado panes suficientes para saciar a tanta gente?»
Jesús les preguntó: «¿Cuántos panes tenéis?»
Ellos contestaron: «Siete y unos pocos peces.»
Él mandó que la gente se sentara en el suelo. Tomó los siete panes y los peces, dijo la acción de gracias, los partió y los fue dando a los discípulos, y los discípulos a la gente. Comieron todos hasta saciarse y recogieron las sobras: siete cestas llenas.
Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: «Me da lástima de la gente, porque llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer. Y no quiero despedirlos en ayunas, no sea que se desmayen en el camino.»
Los discípulos le preguntaron: «¿De dónde vamos a sacar en un despoblado panes suficientes para saciar a tanta gente?»
Jesús les preguntó: «¿Cuántos panes tenéis?»
Ellos contestaron: «Siete y unos pocos peces.»
Él mandó que la gente se sentara en el suelo. Tomó los siete panes y los peces, dijo la acción de gracias, los partió y los fue dando a los discípulos, y los discípulos a la gente. Comieron todos hasta saciarse y recogieron las sobras: siete cestas llenas.
REFLEXIÓN
¿Qué hace Dios? Invitar a la alegría. En muchas culturas
sentarse a la mesa es símbolo de alegría, pues expresa el sentido de
fraternidad y de fiesta; en ella uno repone fuerzas disfrutando de los
alimentos y conversa de manera distendida disfrutando de la compañía. De hecho,
no hay festejo que se precie que no venga acompañado de una buena comida o una
buena cena: un cumpleaños, una boda, un aniversario…
Las lecturas de hoy nos muestran dos banquetes donde el
Señor quiere compartir con nosotros el alimento de la vida. No son banquetes
privados ni exclusivos, sino universales, pues todos están invitados. En el
primero Isaías así lo refleja: preparará para todos los pueblos […] un
festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera. Un banquete
lleno de alegría, de salvación, donde no hay tristeza, donde todos están
contentos, como en las fiestas auténticas. Un banquete que simboliza la
salvación de todos, precisamente por esto último es un banquete de inmensa
alegría, porque están todos, porque no se ha quedado nadie fuera. En el segundo
banquete, Jesús da de comer a la multitud después de sanar todo tipo de
dolencias. Una multitud que, de nuevo, simboliza la diversidad de condiciones
sociales y razas. Comieron todos hasta quedar satisfechos. De nuevo, todos;
nadie queda excluido.
En los países del llamado “primer mundo”, celebraremos la
Navidad con demasiadas comidas y cenas: comidas de empresa, de amigos, de
familia… En ocasiones son celebraciones con excesivo derroche, exageradas
comidas. Tan excesivas que cuando terminan las fiestas, no faltan los reclamos
publicitarios de gimnasios y dietas de adelgazamiento para corregir los
excesos. Ojalá nuestros excesos fuesen no de calorías, sino de alegría, de
gozo, de fraternidad. Quizá de estos dones estamos más anémicos y de ellos nos
quiere saciar Dios. Este es su banquete, esta es su invitación. Pero para
que este gozo sea pleno, al menos tienen que estar todos invitados. Una mesa
donde falten hermanos, nunca disfrutará de una alegría auténtica. ¿Quizá por
ello nos cuesta ser felices de verdad? ¿A quién podría invitar a mi mesa?