El Jardín de San Francisco

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miércoles, 14 de diciembre de 2016

Miercoles 14 de Diciembre

LA CORONA DE ADVIENTO

Este domingo celebramos el tercer domingo de Adviento y uno de los símbolos que utilizamos en este tiempo de Adviento, de preparación para la Navidad es la corona que se hace con unas ramitas verdes haciendo círculo y en el centro cuatro velas.
Pero, ¿Cuál es su significado?

EL CÍRCULO. El círculo es una figura geométrica que no tiene principio ni fin. La corona de adviento tiene forma de círculo para recordarnos que Dios no tiene principio ni fin, es eterno. También nos ayuda a tomar conciencia de que de Dios venimos y a Él vamos a regresar.

EL VERDE DE LAS HOJAS. La corona se hace con hojas verdes (ramas de pino o de cualquier árbol) y esto representa que Cristo está vivo entre nosotros (el verde es vida),

LAS VELAS. Son 4 y representan cada uno de los domingos de Adviento. La luz de las velas simboliza la luz de Cristo que buscamos desde siempre porque nos permite ver el mundo y nuestro interior. Cada domingo se enciende una vela. El hecho de ir encendiéndolas poco a poco nos recuerda cómo conforme se acerca la luz, la oscuridad se va disipando. Jesús es la luz del mundo.

Oración de Adviento:
Te busco y Tú te acercas, Señor, como un amigo
siempre presente, cuando se le pide luz para atravesar la noche.
Te buscamos cada día y te vemos, Señor,
donde se siembra la alegría,
donde se elimina la mentira, donde se suprime la injusticia.
Para encontrarte, Señor, ¡hay que estar en vela!
Tú estás a la perta y llamas.
Llamas al espíritu y al corazón.

GENEROSIDAD
Cuentan que cierto hombre estaba perdido en el desierto, a punto de morir de sed, cuando llegó a una casita vieja -una cabaña que se desmoronaba- sin ventanas, sin techo, golpeada por el tiempo.
El hombre deambuló por allí y encontró una pequeña sombra donde se acomodó, huyendo del calor del sol desértico. Mirando alrededor, vio una bomba de agua a algunos metros de distancia, muy vieja y oxidada. Se arrastró hasta allí, agarró la manija, y empezó a bombear sin parar. Nada ocurrió. Desanimado, cayó postrado hacia atrás y notó que al lado de la bomba había una botella. La miró, la limpió, removiendo la suciedad y el polvo, y leyó el siguiente mensaje: - "Primero necesitas preparar la bomba con toda el agua de esta botella, mi amigo"
 PD.: "Haz el favor de llenar la botella otra vez antes de partir."
El hombre arrancó la rosca de la botella y, de hecho, tenía agua. ¡La botella estaba casi llena de agua! De repente, él se vio en un dilema: si bebía el agua podría sobrevivir, pero si echaba el agua en la vieja bomba oxidada, quizá obtuviera agua fresca, bien fría, allí en el fondo del pozo, todo el agua que quisiera, y podría llenar la botella para la próxima persona; pero eso podía no salir bien.
¿Qué debía hacer? ¿Volcar el agua en la vieja bomba y esperar el agua fresca y fría? ¿O beber el agua vieja y salvar su vida?
Con temor, el hombre volcó toda el agua en la bomba. Enseguida, agarró la manija y empezó a bombear... y la bomba empezó a chillar.
 ¡Y nada ocurrió! Y la bomba chilló y chilló.
Entonces surgió un hilito de agua, después más, ¡y finalmente el agua salió con abundancia! La bomba vieja y oxidada hizo salir mucha, pero mucha agua fresca y cristalina.
Él llenó la botella y bebió de ella hasta hartarse. La llenó otra vez para el próximo que por allí podría pasar, la enroscó y agregó una pequeña nota en la etiqueta: - "¡Créeme, funciona! ¡Necesitas dar todo el agua antes de poder obtenerla otra vez!". Lo mejor de la vida consiste en confiar. Confía en Dios y no quedarás defraudado.
Lectura del santo evangelio según san Mateo (15,29-37): En aquel tiempo, Jesús, bordeando el lago de Galilea, subió al monte y se sentó en él. Acudió a él mucha gente llevando tullidos, ciegos, lisiados, sordomudos y muchos otros; los echaban a sus pies, y él los curaba. La gente se admiraba al ver hablar a los mudos, sanos a los lisiados, andar a los tullidos y con vista a los ciegos, y dieron gloria al Dios de Israel.
Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: «Me da lástima de la gente, porque llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer. Y no quiero despedirlos en ayunas, no sea que se desmayen en el camino.»
Los discípulos le preguntaron: «¿De dónde vamos a sacar en un despoblado panes suficientes para saciar a tanta gente?»
Jesús les preguntó: «¿Cuántos panes tenéis?»
Ellos contestaron: «Siete y unos pocos peces.»
Él mandó que la gente se sentara en el suelo. Tomó los siete panes y los peces, dijo la acción de gracias, los partió y los fue dando a los discípulos, y los discípulos a la gente. Comieron todos hasta saciarse y recogieron las sobras: siete cestas llenas.

REFLEXIÓN
¿Qué hace Dios? Invitar a la alegría. En muchas culturas sentarse a la mesa es símbolo  de alegría, pues expresa el sentido de fraternidad y de fiesta; en ella uno repone fuerzas disfrutando de los alimentos y conversa de manera distendida disfrutando de la compañía. De hecho, no hay festejo que se precie que no venga acompañado de una buena comida o una buena cena: un cumpleaños, una boda, un aniversario…
Las lecturas de hoy nos muestran dos banquetes donde el Señor quiere compartir con nosotros el alimento de la vida. No son banquetes privados ni exclusivos, sino universales, pues todos están invitados. En el primero Isaías así lo refleja: preparará para todos los pueblos […] un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera. Un banquete lleno de alegría, de salvación, donde no hay tristeza, donde todos están contentos, como en las fiestas auténticas. Un banquete que simboliza la salvación de todos, precisamente por esto último es un banquete de inmensa alegría, porque están todos, porque no se ha quedado nadie fuera. En el segundo banquete, Jesús da de comer a la multitud después de sanar todo tipo de dolencias. Una multitud que, de nuevo, simboliza la diversidad de condiciones sociales y razas. Comieron todos hasta quedar satisfechos. De nuevo, todos; nadie queda excluido.
En los países del llamado “primer mundo”, celebraremos la Navidad con demasiadas comidas y cenas: comidas de empresa, de amigos, de familia… En ocasiones son celebraciones con excesivo derroche, exageradas comidas. Tan excesivas que cuando terminan las fiestas, no faltan los reclamos publicitarios de gimnasios y dietas de adelgazamiento para corregir los excesos. Ojalá nuestros excesos fuesen no de calorías, sino de alegría, de gozo, de fraternidad. Quizá de estos dones estamos más anémicos y de ellos nos quiere saciar Dios. Este es su banquete, esta es su invitación.  Pero para que este gozo sea pleno, al menos tienen que estar todos invitados. Una mesa donde falten hermanos, nunca disfrutará de una alegría auténtica. ¿Quizá por ello nos cuesta ser felices de verdad? ¿A quién podría invitar a mi mesa?