El Jardín de San Francisco

El Jardín de San Francisco

miércoles, 16 de noviembre de 2016

Miercoles 16 de Noviembre


¿Quién cree en las estrellas?
Escucha la música. Deja volar tu imaginación.
Ella entra en escena, danzando al compás de Dios. Isabel. Mujer. Princesa. Pobre. Seguidora del Maestro. Entusiasta de Francisco.
¿Crees ahora en las estrellas?

Vaya historias. Historias compuestas de risas, palabras y ropas, de besos, personas y deseos que se cuentan en las bodas, bautizos y reuniones de las familias…
Estás ante una de ellas. La de la joven Isabel. Nacida princesa, educada en el Evangelio, enamorada de Luis, convertida en madre y forzada a vivir sin nada. Vaya “historia” que te cuento; la de una joven cristiana, que en los tiempos de las Cruzadas, buscó a Cristo pobre y de pobres murió rodeada.

Estoy por ti… O al menos eso se dijeron Isabel y Luis. Se conocían desde pequeños, cuando el matrimonio se concertaba. Cuando eran los padres los que unían, en sus hijos, sus esperanzas. Pero salió bien el trato. Quién iba a decir que se prometerían amor eterno aquellos dos amigos de la infancia. ¿Por qué no? ¡Si Isabel era la vida y Luis la esperanza!
“Estoy por ti…” les dijo también Cristo.
Y dejaron que el mundo hablara porque ambos se querían y con Dios, lo demás no importaba.

¿Qué puedo hacer por ti?
En la Corte de Turingia se hablaba, se hablaba del loco de Dios, un tal Francisco, que abandonó su vida agasajada para andar por los caminos predicando el Amor de Dios. Sin darse cuenta, la niña Isabel escuchaba, tras los cortinajes, las florecillas de aquel hombre de Dios que vivía con leprosos y al sol hermano llamaba.
¿Qué puedo hacer por ti? Es la pregunta que puede cambiar tu vida.

Mira al cielo… Y allí en lo alto descubrirás que cualquier pena, ahogo o desesperanza se percibe más pequeña. Allí está Él, la luz del Alba.
Mira al cielo… sugería Francisco, el trovador de Isabel. Alaba al Dios de la vida y pídele; pídele que ilumine la oscuridad de criterios al amar, al estudiar, al trabajar, al comprometernos, al corregir, al mirar.
Mira tú al cielo. Y siéntete parte de un mundo más grande.

Dichosos, felices y afortunados los que nada tienen que perder, los que no gastan energías en disimular carencias. Los que aguantan el dolor por amar demasiado y no saben pasar cuentas, sino que al contrario rompen en lágrimas cuando de Dios se ven necesitados.
Isabel, mujer dichosa, feliz, afortunada por descubrir la Misericordia de Dios. Por no sentir vergüenza ante un Dios crucificado y arriesgar.
Dichoso tú si sabes que Dios se ha bajado de su cielo para levantarte.

Da miedo la oscuridad cuando tenemos algo que esconder, defender o guardar. Pero cuando uno da un paso al frente y no teme perder nada siente una libertad tan grande que es capaz de todo.
Isabel fue despojada del ducado, de las rentas y del prestigio por la misma familia de su difunto esposo. Sola, pobre y con tres niños comenzó a caminar sin rumbo, confiando solo en la providencia divina. Razones para rabiar tenía aquella joven viuda, extranjera y mansa.
En lugar de desesperar se confía al que nunca falla. Al que con su luz aleja de nosotros el miedo y la nada.

¿Dónde estás cuando te busco…?
- “donde siempre”.
- “pero he rezado, pedido y buscado. Y no me has respondido”
- “Quizá no has mirado bien. Porque allí donde hay un pequeño, un dolor, un sufrimiento, un bautizo, un concierto, un colegio… allí estoy”
- “Si, bien. Pero no estabas cuando te buscaba en mi desespero”
- “¿Pero cuándo me has pedido ayuda? Porque con tanto ruido no he oído tu voz. Y por si acaso, asomado a tu vida sólo he visto muros de dudas, notas, deudas y miles de orgullosas razones que han cambiado tu aspecto. No he reconocido tu voz. Tan sólo una queja desgarrada contra tu yo, por no superar un desconcierto”
- “Es cierto. Me buscaba a mí. No me escondas tu rostro”
- “No lo oculto. Mírate en el espejo”

Grita de alegría… no te cortes. Estás ante el verdadero Amor. Y ante Él no hay corte que valga. Te conoce por todos lados: por arriba, por abajo, por la izquierda y la derecha, por detrás y por delante.
Grita de alegría porque no hay mayor belleza que despertarse y encontrar que todo tiene sentido: las clases, los amigos, la novia, el novio, la familia, el trabajo, el futuro y hasta la parroquia.
Grita de alegría como Isabel.
Ella descubrió el nuevo rostro de Dios y la manera distinta de relacionarse.
Aprendió de Francisco la alegría de tener a Dios por Padre, a Cristo por Hermano y al Espíritu por Esposo.
Prueba tú. Nada pierdes. Grita de alegría y salta, canta y cuenta porque Dios es el Dios del Perdón y la Misericordia.
Carmen Gil y Pablo Nogales (1º de Bachillerato)