El Jardín de San Francisco

El Jardín de San Francisco

miércoles, 22 de marzo de 2017


Amigos | Colegio | Trabajo | Familia | Exámenes |
Compañeros de trabajo | Deberes | Risas ||

Estas son algunas de las cosas que vivimos día a día. 
Seguro que más de una de las cosas que has oído te han hecho pensar en un momento concreto o incluso en una persona. 
A veces parece que pasamos por la vida tan rápido que ni nos damos cuenta de todo lo que vivimos y todo lo que aprendemos a cada paso que damos.
Estas son alguna de las muchas cosas que has vivido tú, si tú, quizás durante las últimas horas y que quizás ni te habías parado a pensar.

Pero… empecemos la mañana con una pregunta que a simple vista parece de fácil respuesta: ¿qué tal estas?
¿cómo te sientes? ¿has dormido bien?

Tras todas las emociones que hemos vivido durante esta semana, nos encontramos aquí, algunos todavía con los ojos medio cerrados para dar gracias. Porque pedir es muy fácil pero… cuántas veces al día nos paramos a dar gracias por levantarnos cada mañana, por tener a alguien que nos dé un abrazo al llegar a casa o simplemente por tener la oportunidad de vivir la vida y de aprender con cada paso que damos. 

Pocas veces sacamos tiempo para eso. Pero hoy Dios te da una nueva oportunidad. Te da una nueva oportunidad para cambiar. Cambiar… ¿Pero eso cómo se hace?

Y claro, necesitamos de una respuesta rápida porque para a los seres humanos la sangre nos hierve en nuestro interior sin demora, pero nosotros hemos decidido comenzar la búsqueda, al igual que San Francisco en una pequeña capilla, mirando con ansia a un Cristo como el que el pobrecillo de Asís contempló hace más de ochocientos años.

Relajemos entonces nuestro cuerpo, 
pongámonos cómodos, 
respiremos profundamente hasta tres veces,
expulsando el aire muy despacito, 
como si nos costase despedirnos de él,
cerremos nuestros ojos unos instantes y pidámosle a nuestro corazón que no lata tan deprisa, que deje a un lado las preocupaciones, que se vacíe de tal manera que, si alguien tiene algo que decirnos nos encuentre atentos a sus palabras.

Corría el año 1206. Francisco está de vuelta en Asís después de probar suerte en las milicias. Algo en él está cambiando. Es tiempo de buscar nuevos caminos. Es tiempo de oración. 
En una de las muchas tardes que Francisco empleaba para salir a meditar por el campo, se alejó algo más de lo que acostumbraba, y sus pasos le llevaron junto a una pequeña capillita, en su tiempo dedicaba a San Damián y ahora casi derruida y completamente abandonada. Cansado de andar, aprovechó la oportunidad y entró en ella a hacer oración. 
La débil luz de una lámpara deja ver una tabla bizantina en la que aparecía la serenidad de un Cristo crucificado. Mientras rezaba postrado de rodillas ante el crucifijo, de pronto, se sintió inundado de una gran paz. Levantó sus ojos, llenos de lágrimas, hacia la cruz que pobremente colgaba de una de las ruinosas vigas carcomidas, y he aquí que oyó dentro de su corazón una voz que él creyó proveniente de la misma cruz que, llamándole por su nombre, le dijo:
“Francisco, vete y repara mi casa que, como ves, amenaza ruina”. 
Quedó lleno de temblor Francisco, pues estaba solo en la iglesia, al oír voz tan maravillosa y, sintiendo en su corazón el poder de la palabra divina, dijo:
“¡Oh alto y gloriosos Dios!,
ilumina las tinieblas de mi corazón,
y dame fe recta, esperanza cierta
y caridad perfecta,
sentido y conocimiento, Señor,
para seguir tu santo y veraz mandamiento.”
Y a partir de ese momento se dispuso a obedecer, y a concentrar todo su esfuerzo en hacer lo que él pensó que se le había mandado: reparar aquella pequeña iglesia. 

A lo largo de nuestro día a día cada uno podrá hacer sus propias reflexiones sobre qué hago aquí, que quiero yo, que quiere Dios de mí… A algunas les habremos podido dar una respuesta, de otras tendremos una ligera idea y de otras quizás aún no hayamos podido dar con la respuesta. Pero confía, confía en ti, confía en él. Debemos cambiar nosotros primero para poder cambiar el mundo después.

Seguro que estos días nos van a servir para cambiar algo de nosotros… pues cualquier granito es importante para lograr construir una montaña luego. Aprovecha los días para crecer, aprovecha a los que tienes a tu alrededor para dar pasos adelante, aprovecha este tiempo de cuaresma, este tiempo de cambio, de conversión para seguir avanzando. 
¿Y por qué no? Vamos a acabar este ratito de oración que seguro que a muchos nos habrá servido para despertarnos para dar gracias por todo esto. 
Hecha la vista atrás.
Quédate con un momento. 
Una sonrisa.
Una mirada.
Una palabra. 
¿Ves a los que tienes a tu alrededor?
Prueba a mirarles.
Piensa en todo lo que te han aportado, en lo que te aportan y en lo que te seguirán aportando en tu día a día.
Da gracias a Dios por ellos. Por tenerles a tu lado.