Con motivo de la cuaresma nos dice el papa Francisco:
Queridos hermanos y hermanas:
La Cuaresma es un nuevo comienzo, un camino que nos lleva
a un destino seguro: la Pascua de Resurrección, la victoria de Cristo sobre la
muerte. Y en este tiempo recibimos siempre una fuerte llamada a la conversión:
el cristiano está llamado a volver a Dios «de todo corazón» (Jl 2,12), a no
contentarse con una vida mediocre, sino a crecer en la amistad con el Señor.
Estamos en Cuaresma.
Es un “tiempo favorable”, un tiempo de gracia. Somos
convocados para subir con Cristo a Jerusalén, el lugar donde él sufrirá y
morirá antes de resucitar con gloria. Esto quiere decir que estamos convocados
con él…
para sufrir y para morir a nosotros mismos y al pecado;
para renunciar al mal dentro de nosotros y a nuestro
alrededor, a fin de resucitar, como personas y como comunidad, a una vida
cristiana más profunda,
para hacernos más disponibles a Dios y a los hermanos,
y ser capaces de prestar servicio con amor.
El camino, para ello, es la conversión, sintetizado en el
evangelio del Miércoles de Ceniza :
como limosna : pensando y cuidando de nuestros hermanos;
como oración : escuchando la palabra de Dios y dándole
una respuesta de amor y compromiso;
y como ayuno : controlando nuestras frivolidades y
renunciando a nuestro egoísmo.
Ese tiempo de Cuaresma queda muy bien recogido en este
cuento:
Había una vez un joven que andaba buscando al Señor.
Había oído que invitaba a todos para vivir en su Reino. Preguntando por su
paradero, se enteró de que Jesús estaba monte adentro, con un hacha, preparando
el camino a sus seguidores. Ni corto ni perezoso, se fue a buscarlo al bosque.
- ¿Qué estás haciendo?, preguntó el joven a Jesús.
- Estoy preparando una cruz para cada uno de mis amigos. Tendrán
que cargar con ella para poder entrar en mi Reino.
- ¿Puedo ser yo también uno de tus amigos?, preguntó de
nuevo el joven.
- ¡Claro que sí!, respondió Jesús. Estaba esperando que
me lo pidieras. Ahora bien, si quieres serlo de verdad, tendrás que tomar tu
cruz y seguir mis huellas, puesto que yo me voy sin más para preparar el lugar.
- ¿Cuál es mi cruz, Señor?
- Mira, esta que acabo de terminar. Esperaba que vinieras
y me puse a prepararla.
Preparada, lo que se dice preparada, no está, pensó el
joven. En la práctica se trataba de dos troncos mal cortados con el hacha; por
todas partes sobresalían ramas de cada tronco. No se había esmerado mucho Jesús
con aquello. No obstante, pensando que quería entrar en el Reino, se dejó de
miramientos y se decidió a cargar la cruz sobre sus hombros, comenzando a
caminar con la mirada puesta en las huellas que había dejado el Maestro.
Pero hete aquí que, nada más echar a andar, apareció el
Diablo y se acercó sonriente a nuestro joven, gritando:
- ¡Eh, que te olvidas algo!
- Extrañado por aquella aparición y llamada, el joven
miró hacia el Diablo, que se acercaba con un hacha en la mano.
- Pero, ¿cómo? ¿También tengo que llevarme el hacha?,
peguntó molesto el muchacho.
- No sé -dijo el Diablo haciéndose el inocente-, pero me
parece que es conveniente que te la lleves por si la necesitas para el camino.
Además, sería una pena dejarla abandonada.
La propuesta le pareció razonable y, sin pensarlo
demasiado, tomó el hacha y reanudó el camino, que pronto se le hizo un tanto
duro. Duro por la soledad. Él creía que lo haría acompañado por el maestro,
pero sólo estaban sus huellas. Además, la cruz, pese a no ser muy pesada, era
muy molesta al no estar bien terminada; las ramas que sobresalían del tronco se
empeñaban en engancharse por todas partes, como si quisieran retenerlo, y se
clavaban en su cuerpo, haciendo dolorosa la marcha.
Una noche particularmente fría, se detuvo a descansar en
un descampado.
Depositó la cruz en el suelo, mientras s e fijaba en el
hacha. No hizo falta discurrir mucho para arreglar la cruz: con calma, fue
cortando los nudos y las ramas salientes que más le molestaban. Mejoró el
aspecto de los maderos y, a la par, logró un montoncito de leña para una
hoguera donde calentarse un poco.
Esa noche durmió tranquilo. A la mañana siguiente reanudó
el camino. Noche a noche, su cruz iba siendo mejorada, se hacía más llevadera,
y servía también para calentarse. Casi se sintió agradecido con el Diablo. Cada
noche miraba la cruz, y hasta se sentía satisfecho con el resultado del trabajo
para embellecerla. Ahora tenía ya un tamaño razonable, y estaba tan pulida que
parecía brillar bajo los rayos del sol.
Un poco más y hasta podría levantarla con una sola mano,
como si fuera un estandarte. Si le daba tiempo antes de llegar, pensó, podría
llegar a colgarla en el cuello con una cadenita. ¡Hasta resultaría un buen
adorno sobre su pecho!
No le dio tiempo a realizar todos estos pensamientos. Al
día siguiente se encontró delante de las murallas del Reino. No sólo estaba feliz
por llegar a la meta, sino que también esperaba el momento de poder presentar a
Jesús la cruz que tanto había perfeccionado.
Ninguna de ambas cosas fue sencilla. En principio,
resultó que la puerta de entrada del Reino estaba colocada en lo alto de la muralla,
abierta como si de una ventana se tratara, a una altura considerable. Gritó
insistentemente, anunciando su llegada. El Señor apareció en lo alto
invitándole a entrar.
- Pero, Señor, ¿cómo puedo entrar? La puerta está
demasiado alta y no alcanzo.
- Apoya la cruz contra la muralla, y luego trepa por
ella. A propósito dejé yo tantas ramas en tu cruz, para que te sirviera ahora.
Además, tiene el tamaño justo para que alcances la entrada.
En aquel momento el joven se dio cuenta que realmente la
cruz recibida tenía sentido; de verdad el Señor la había preparado bien. Sin
embargo, ya era tarde para esto. Su
pequeña cruz, tan pulida y recortada, resultaba un juguete inútil. El Diablo había
resultado mal consejero y peor amigo.
Con todo, el Señor era más bondadoso y compasivo de
cuanto era capaz de imaginar el joven. No se había olvidado de la buena
voluntad del muchacho y hasta de su generosidad para seguirlo. Por eso le dio
otra oportunidad y... ¡un consejo!
- Vuelve sobre tus pasos. Seguramente ene l camino
encontrarás alguno que esté cansado con su cruz. Ayúdale tú a traerla. De esta
manera, harás que logre alcanzar la meta, y al mismo tiempo, podrás subir por
ella para entrar en mi Reino. Dios y Señor nuestro, acudimos a ti, pidiéndote
que nos conviertas a ti, de todo corazón. Haznos pacientes con los que yerran
el camino; haznos delicados con los que nadie respeta; haznos sencillos con los
que son maltratados; haznos humildes con los que no tienen fuerzas.
Diversas situaciones, temporadas, relaciones se convierten
en pruebas, en dificultades o retos para nuestra vida. Puede ser algún
conflicto o fracaso, el exceso de trabajos, el amor o el desamor, los exámenes
que parecen conducirme a un túnel… Ciertamente, a veces percibo las pruebas
como dificultad, como tormenta.
Una dificultad que me paraliza, que me consume demasiadas
energías. Hoy quiero parar un rato y pedirte Señor que nos ayudes a afrontar
las pruebas diarias como un reto, un reto que podemos afrontar y superar. Que
te descubra, Señor, en medio de la tormenta.
Señor, enséñanos a orar, pues nos cansamos enseguida de
estar contigo; sin embargo, sabemos que al orar somos más entrega, tenemos más
fuerzas, amamos más todos. Haz, Señor, que seamos orantes a corazón abierto, a
pie descalzo, con entrega incondicional.
Hoy, Señor, quiero convertirme. Sé que con mis fuerzas no
puedo, pero lo quiero, deseo ardientemente cambiar de rumbo. Ir por el camino
del amor y el compromiso, en favor siempre de los desheredados de este mundo.
Cuaresma es cambiar de vida, son 40 días de preparación
para la gran fiesta de la Pascua de cambiar algo de nosotros para ser mejores y
poder vivir más cerca de Cristo y por ello:
Bienaventurados quienes durante el tiempo de Cuaresma, y
en su vida diaria, practican el ayuno del consumismo, de los programas basura
de la televisión, de las críticas, de la indiferencia.
Bienaventurados quienes intentan en la cotidianidad ir
suavizando su corazón de piedra, para dar paso a la sensibilidad, la ternura,
la compasión, la indignación teñida de propuestas.
Bienaventurados quienes creen que el perdón, en todos los
ámbitos, es uno de los ejes centrales en la puesta en práctica del Evangelio de
Jesús, para conseguir un mundo reconciliado.
Bienaventurados quienes se aíslan de tanto ruido e información
vertiginosa, y hacen un espacio en el desierto de su corazón para que el
silencio se transforme en soledad sonora.
Bienaventurados quienes recuerdan la promesa de su buen
Padre y Madre Dios, quienes renuevan a cada momento su alianza de cercanía y
presencia alentadora hacia todo el género humano.
Bienaventurados quienes cierran la puerta a los agoreros,
a la tristeza y al desencanto, y abren todas las ventanas de su casa al sol de
la ilusión, del encanto, de la belleza, de la solidaridad.
Bienaventurados quienes emplean sus manos, su mente, sus
pies en el servicio gozoso de los demás, quienes más allá de todas las crisis,
mantienen, ofrecen y practican la esperanza de la resurrección a todos los
desvalidos, marginados y oprimidos del mundo. Entonces sí que habrá brotado la
flor de la Pascua al final de un gozoso sendero cuaresmal.
La duración de cuarenta días simboliza la prueba de Jesús
al permanecer justo 40 días en el desierto, antes de su misión pública.
Oremos para que durante esta Cuaresma
nos volvamos plenamente a Dios y a nuestros hermanos.
Oh Dios de la Alianza de amor:
tú nos invitas a seguir a tu Hijo.
Mientras recordamos
cómo fue conducido por el Espíritu al desierto,
que él abra nuestros ojos para ver
las injusticias que hemos creado en nuestro mundo.
Ayúdanos a orar en soledad,
a sentir nuestra sed de amor y de felicidad
y a vencer nuestras tentaciones.
Que aprendamos de Jesús
a creer en la Buena Noticia de Salvación
y a dar forma y a desarrollar
tu reino de verdad, justicia
y amor desinteresado.
Te lo pedimos en nombre de Jesús, el Señor.